Demonios / fantasmas videncia y tarot

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martes, 19 de julio de 2016

vidente por teléfono sin tener don de vidente

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Cuando estaba en sexto curso, mi mejor amiga y yo pagamos 3 dólares a una mujer. vestida con una sudadera con el dibujo de un caballo dos tallas más pequeña para que nos leyera la mano en una feria. Mientras me pasaba sus largas uñas postizas por la palma de la mano, la mujer me informó de que me encantaba la música y de que me casaría con un hombre vestido de uniforme. Cuando se lo conté, mi madre me preguntó, con sorna, "Y ¿a quién no le encanta la música?"Mi madre era creyente, pero de las que hace distinciones. Años antes nos había llevado a mi hermano y a mí a ver a un hombre dotado con percepción extrasensorial. En su espectáculo, pedía a los miembros del público que se taparan los ojos con vendas y máscaras y luego leía fragmentos de libros en voz alta solo con pasar las manos sobre ellos. Una vez hipnotizó a una mujer muy tímida para que se paseara por el escenario como si fuera una gallina. No hacía predicciones, pero tenía algo especial que nos maravillaba.Yo no poseía ninguna de esas cualidades, lo que hace que sea aún más increíble que durante un breve periodo de tiempo estuviera trabajando como vidente en una línea telefónica.Me enteré del trabajo por una amiga que trabajaba en el departamento de recursos humanos de una de las empresas de videncia telefónica más importantes del mundo. Ella sabía que yo había aprendido a leer las cartas del tarot en la universidad y que solía ofrecer mis servicios en eventos y clubs de comedia. A veces era bastante precisa en mis adivinaciones, pero en general lo hacía por entretener al público. Una vez, en una fiesta que se celebraba en el SoHo durante la semana de la moda de Nueva York, le eché las cartas a un editor de lo que muchos gurús de la moda denominan "la Biblia". Él no creía en estas cosas y se rió cuando, inclinándome hacia él, le susurré, "No engañes a tu mujer".

El hombre me confesó que acababa de compartir un taxi con la amante en potencia y que habían planeado un encuentro para esa misma semana. Luego me dejó una propina muy generosa. Los organizadores del evento me pagaron 200 dólares por hora, y gané más incluso con las propinas que me dejaban. Mientras esperaba el metro, bebiéndome una cerveza a escondidas, tuve la sensación de haberlos engañado a todos.

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El caso es que solicité el puesto de médium por teléfono, más por curiosidad que por convencimiento de que fueran a elegirme. Como primera prueba para la "entrevista", recibí una llamada de una señora mayor. Supuestamente, mi trabajo consistía en decirle a una completa desconocida cómo era su vida y adónde la llevaría. Barajé las cartas y le pedí que se concentrara, mientras me preguntaba cómo demonios se suponía que iba a producirse esa conexión mística a través de un iPhone. Le dije lo mismo que le decía a mis amigos y a los invitados a las fiestas: "Imagínate que le estoy dando cuerda a una caja de música. Cuando creas que es momento de que suene la melodía, dime que pare."
No tenía ni idea de por qué se me daba tan bien como para que la gente me pagara, aunque quizá se deba al amor de la raza humana por la ficción.


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"Ay, me encanta", murmuró.

Aprendí a echar las cartas usando la tirada celta, que te permite interpretar el pasado reciente y el futuro cercano. Le di la vuelta a las cartas de la Copa y el Disco y le dije a la mujer que había un hombre Capricornio en su vida que le estaba absorbiendo toda la energía. Fue el detalle más concreto que le di, pero fue suficiente para dejarla totalmente descolocada. En ese momento, la señora dejó de fingir que era una clienta y me confesó que, en efecto, un Capricornio había estado entrando y saliendo de su vida durante 30 años. Al día siguiente, la mujer se acercó a mi amiga, la de recursos humanos, y le dijo, "Eres muy afortunada de tener una amiga como Angela".

Yo no daba crédito. El arte del tarot es una mezcla de observar la posición de las cartas y aplicar la intuición. No tenía ni idea de por qué se me daba tan bien como para que la gente me pagara, aunque quizá se deba al amor de la raza humana por la ficción.

En la segunda entrevista, le eché las cartas a un hombre. Dispuse los naipes y vi una mujer rubia que estaba a punto de joderle la vida por completo. Después de varios años dedicándome a esto, sabía que no era prudente decirle a un cliente que un ser querido pretendía aprovecharse de él, así que preferí describirle a una mujer rubia, de carácter fuerte y que estaba involucrada en algún negocio. "¡Es mi compañera!", me dijo, nervioso.

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Como era una tarotista, no sabía si se refería a su compañera sexual o de negocios. No tardó en revelarme que era ambas cosas y que habían constituido una empresa juntos. Mi intuición / poder mágico me decía que aquella mujer iba a dejarlo seco como la mojama, pero el sentido común me advertía de que podría ofenderle al decirle eso, y que además podría no conseguir el trabajo. La adivinación carece de fundamentos éticos, así que opté por decirle al hombre lo que pensaba que quería oír. Y conseguí el trabajo.

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La empresa que me contrató se jactó de que solo dos de cada cien videntes que entrevistaban lograban el puesto. Me sentía entusiasmada, nerviosa y aterrorizada de que se descubriera que era una impostora. Pese a que me sentía cómoda tirando las cartas en fiestas a desconocidos a los que seguramente no volvería a ver, ahora tenía que rendir cuentas ante toda una entidad empresarial. Me dejaron escoger el nombre que quisiera y me esforcé por elegir uno que sonara menos a stripper y más a gitana (me habría encantado revelarlo, pero firmé un contrato de confidencialidad que me lo impide).
Me llamaba gente preguntando por joyas que habían perdido y yo acababa hablándoles de sus hijos o sus parejas.




Empecé mi primer turno el día de San Valentín, que era lo mismo que aprender a hacerparkour sin saber andar primero. El servicio desviaba las llamadas 800 hacia mi teléfono privado, así que podía trabajar desde casa. Aquella noche mi móvil no dejó de recibir llamadas de clientes solos y necesitados. La mayoría de estos corazones solitarios preguntaban por personas a las que ni siquiera habían conocido, citas online de alguna de las numerosas páginas de encuentros que hay en la red. Se gastaban 3,50 dólares por minuto para interesarse obsesivamente por alguien a quien nunca habían besado. Yo me llevaba 1,99 dólares por minuto por decirles lo que las cartas me mostraban, que, por lo general, eran chorradas. Aquellos desgraciados nunca iban a conocer, mucho menos amar, a esas personas desconocidas. Acabé mi primera jornada contagiada de la desesperación y la locura de mis clientes (lo que en cierto modo era comprensible, pues mis empleadores me habían clasificado como "empática", cualidad que habían incluido en mi perfil).

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La cosa fue todavía más extraña después de aquel día. Me llamaba gente preguntando por joyas que habían perdido y yo acababa hablándoles de sus hijos o sus parejas, consiguiendo que se cabrearan. Un día me llamaron de RRHH y me dijeron que dejara de hacer eso; si alguien necesitaba "visión remota", debía indicarle que contactara con una vidente en cuyo perfil se especificara esa capacidad. Recuerdo que me impresionaba –y todavía hoy me impresiona- la seriedad con la que mis empleadores se tomaban el tema de los "poderes psíquicos reales". También recuerdo que las malas críticas nunca llegaban a aparecer en mi perfil ni en el de ningún otro empleado, lo que me ponía enferma.

Los minutos se convertían en horas con suma facilidad gracias a unos cuantos clientes habituales. Mi favorita era una excéntrica cantante de ópera de sesenta y tantos años que estaba convencida de que todavía podía dar a luz y presumía de que los jóvenes que encontraba querían dejarla en estado de buena esperanza. A menudo me preguntaba cuál de sus valiosísimos cuadros debía vender para poder pagar las facturas. Para darle una respuesta, utilizaba un péndulo de cuarzo rosa que hacía oscilar sobre un círculo con las palabras "sí", "no" y "quizá". Elaboré una lista de sus obras de arte "para mi guía espiritual", un término que me repugnaba pero que mis clientes adoraban. Hacía girar el cristal y le indicaba la respuesta, mientras que cada minuto que pasaba, su dinero iba menguando. Varias veces tuve que decirle que debía colgar el teléfono porque mi turno había terminado hacía una hora. Aquella mujer parecía deseosa de dilapidar su fortuna hablando conmigo cuando una de esas bolas mágicas del 8 le habría dado resultados similares. Ella y otros cuantos clientes me invitaron a visitarles e insistieron en que intercambiáramos nuestros números de teléfono privados.

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La mayoría de los que llamaban se sentían muy solos y, más que conocer su futuro, querían aferrarse a un atisbo de esperanza. Empecé en ese trabajo sintiéndome como una psicóloga y acabé sintiéndome como una prostituta, solo que en lugar de sexo, había llanto. En lugar de revelaciones, había charlatanería. Yo era la sustituta que cobraba por minutos para llenar el vacío en sus vidas, pero no había forma de que pudiera darles lo que necesitaban. Animé a algunos a que buscaran ayuda psicológica o a que fueran a la iglesia, pero desde RRHH me prohibieron que recomendara terapias a personas que buscaban un vidente. Finalmente, ambas partes decidimos rescindir mi contrato de vidente y cerrar mi perfil en línea.

Han pasado cinco años desde la última vez que cobré dinero por adivinar el futuro de alguien. Cuando me lo piden mis amigos, les echo las cartas sin cobrar porque creo que ese es precisamente el precio apropiado. No puedo dar fechas ni ver caras, ni se me da bien encontrar tesoros perdidos ni interpretar sueños. Lo único que puedo ofrecer son entre cinco y diez minutos de interpretación; el resto es puro relleno, información hinchada para que parezca más de lo que realmente es.

Quizá sea porque he visto a unas pocas personas hacerlo de verdad. A una de ellas sigo visitándola cada pocos años. No la veo más a menudo porque me da información tan específica que casi le quita emoción a la vida. Ella me ha dicho que estoy con una de mis almas gemelas y que yo era una niña índigo y cristal, lo que explica, según ella, mis poderes adivinatorios.

Busqué en Google "niña índigo y cristal". El concepto es bonito: espíritus de otros mundos que han venido a este planeta para salvarlo. Parece sacado de un libro infantil con ilustraciones de calidad. De todas las cosas que me dijo mi vidente de confianza, esta quebrantó mi fe en ella. Quizá fuera por falta de autoestima o porque mi tercer ojo no veía con claridad (como me dijo en varias ocasiones). Tal vez deba olvidar esa aversión y hacer más yoga, o probar otra limpieza a base de zumos, volver a leer El alquimista hasta que sea capaz de mirar a alguien a los ojos y decirle con orgullo, "Hola, soy olga y soy una niña índigo y cristal y una vidente de las de verdad".